Superinteligencia de Meta... ¿por qué tanta generosidad?
- 4 Vientos
- 24 sept
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Actualizado: 27 sept
"Las soluciones tecnológicas son seductoras porque reducen problemas sociales complejos a simples cuestiones técnicas: fáciles de resolver, baratas de implementar y sin necesidad de consideración moral."
Evgeny Morozov*
(The Net Delusion).
Mark Zuckerberg, cabeza principal de Meta, quiere una inteligencia artificial (IA) que te ayude no sólo en el trabajo, sino a tener una vida mejor, pero ¿eso es gratis? Nos dice que quiere construir una superinteligencia para mejorar radicalmente la vida de las personas.
Alejandro Fuentes / Sintetika / Edición: 4 Vientos

La propuesta parece irreprochable: inteligencia artificial para todos. Y no sólo para mejorar en el trabajo, sino para una vida mejor: inteligencia artificial con sesgo social.
También habla de una IA que no sólo nos asista, sino que nos entienda, que nos ayude a resolver problemas personales y globales, que esté disponible en múltiples formas: texto, voz, video, realidad aumentada, realidad virtual.
Lo dijo Mark Zuckerberg, con un estilo incluso esperanzador; ese modo que usa quien sabe que está marcando el paso.
Y lo expresó con la confianza de quien sabe que está invirtiendo cantidades de recursos que pocas empresas pueden destinar para lograrlo, pero algo no encaja del todo.
¿Por qué una empresa que ha sido acusada de explotar datos personales y de manipulación electoral sería, de pronto, la vanguardia social de una tecnología aún más poderosa que las anteriores?
Zuckerberg habla de esta superinteligencia como si se tratara de agua potable. Un bien universal. Un derecho. Una misión.
Sin embargo, la historia reciente de Meta (y de las big tech en general) nos ha enseñado algo: el lenguaje del altruismo es, muchas veces, una máscara.
Con Internet.org, Meta prometía llevar conectividad a las regiones más desfavorecidas del planeta. La letra pequeña revelaba otra cosa: acceso limitado a sitios seleccionados por ellos, bajo sus reglas, con sus condiciones.
Con el metaverso, vendió la idea de un nuevo espacio social y cultural. En realidad, era una plataforma cerrada en donde Meta no sólo operaba el entorno, sino que controlaba las reglas del juego, la economía interna y los modelos de interacción.
¿Y ahora? Nos promete una superinteligencia abierta, como si la apertura fuera sinónimo de libertad.
Meta ya no es una empresa de redes sociales. No lo es desde hace mucho. Es una infraestructura global de intercambio afectivo, cognitivo y económico. Un sistema nervioso digital que conecta a más de tres mil millones de personas.
Una interfaz con la que millones despiertan, trabajan, aman, se informan, se aburren.
Si antes capturaba texto, imágenes y vínculos, hoy va más allá. Captura tonos de voz, movimiento ocular, ritmo cardíaco, pausas, dudas, silencios.
Empieza a ser un sistema operativo de la realidad. Y en ese sistema, la inteligencia artificial no es un lujo. Es el núcleo. No sólo porque hace más eficientes los servicios, sino porque permite algo más: anticipar comportamientos, moldear decisiones, influir.

¿Superinteligencia abierta?
La palabra “open” es seductora. Evoca transparencia, colaboración, acceso democrático. Pero es también una palabra maleable.
El código puede estar abierto y, sin embargo, el modelo de negocio puede seguir siendo cerrado.
El acceso puede ser gratuito, pero los datos siguen fluyendo en una sola dirección.
La tecnología puede estar disponible, pero los servidores, los ingenieros, los criterios de desarrollo siguen concentrados.
Zuckerberg asegura que la superinteligencia de Meta será “abierta y responsable”. Pero ¿quién define la responsabilidad?
Lo advirtió Kate Crawford en Atlas of AI:
“La inteligencia artificial no es un campo abstracto de modelos matemáticos. Es un sistema profundamente arraigado en relaciones de poder, explotación de recursos, trabajo humano invisibilizado y vigilancia constante”.
Meta no es la excepción. Es el emblema.
Su modelo de negocio depende, esencialmente, de convertir la experiencia humana en datos: no para archivarlos, sino para anticiparlos. No para servirnos, sino para capitalizarnos.
Es la economía conductual del futuro: tú no eres el cliente, sino la materia prima.
Una IA de Meta no tiene razones para verte como un ciudadano. Y sí tiene razones para verte como un patrón de consumo. Como una probabilidad.
Como nodo.

Meta no está sola en esta carrera
OpenAI, Google DeepMind, Anthropic, Amazon: todos compiten por construir el sistema que domine el próximo ciclo tecnológico.
Pero Meta tiene algo que los demás no: escala emocional. No necesita “adivinar” lo que pensamos o sentimos. Lo sabe. Porque se lo decimos, cada día, voluntariamente.
En ese contexto, el proyecto de superinteligencia no es sólo una apuesta tecnológica.
Es una apuesta geopolítica.
Quien tenga el modelo más poderoso, entrenado con los mejores datos, integrado en las plataformas más usadas, no sólo podrá ofrecer mejores productos. Podrá definir estándares, protocolos y hasta formas de pensar y sentir.
Podrá definir el marco de lo posible.
Podríamos caer en la tentación de personalizar el problema: culpar a Zuckerberg, denunciar a Meta, exigir regulaciones.
Pero eso sería cómodo y fácil.
Lo que está en juego no es la maldad de una empresa, sino la estructura de un sistema que premia la acumulación, la dependencia y la opacidad disfrazada de innovación.
Y mientras el modelo de explotación comercial siga basándose en los datos de los usuarios, el rumbo seguirá siendo el mismo.
Cada vez que se presenta una crisis social, económica o ambiental, aparece una solución tecnológica empaquetada como salvación, pero rara vez se cuestiona por qué esa crisis existe en primer lugar.
La inteligencia artificial, con Meta o sus competidores, puede parecer una solución, Pero quizás se convierta en parte del problema.

Todo, a la brevedad
Zuckerberg dice que quiere hacerlo rápido porque "el mundo lo necesita”; porque el progreso no espera.
Pero esa urgencia ¿no es una carrera que busca una ventaja competitiva?
Progreso… ¿para quién? ¿En qué dirección? ¿Con qué consecuencias?
Hannah Arendt hablaba de la banalidad del mal:
“El peligro de un mundo donde nadie se cuestiona el sistema porque todos cumplen con su parte.”
Hoy, el riesgo es la banalidad del progreso.
Un mundo donde todos celebran la próxima gran innovación sin detenerse a pensar si nos está llevando a algún lugar deseable.
Meta no quiere salvarnos
Quiere volverse indispensable, y eso —aunque suene razonable— puede ser la forma más sutil de dominación.
La pregunta no es si la superinteligencia de Meta será poderosa. Lo será.
La pregunta es si seremos capaces de imaginar futuros donde el poder no se concentre, ni siquiera cuando se nos prometa que será “por nuestro bien”.

El sometimiento
Lo hemos señalado en otros momentos: la IA y el dinero son un binomio inseparable.
Por eso no sorprende que los países donde hay más apertura hacia su uso sean los que también invierten más dinero en infraestructura, y por lo tanto los más aptos.
Esta gráfica mide a los países con mayor apertura:

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