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Miedos y esperanzas: La Inteligencia Artificial y la pregunta por la existencia

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    4 Vientos
  • 18 jul
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 22 jul


Si la historia de la tecnología nos muestra a una humanidad que a menudo ha generado innovaciones antes de definir claramente para qué las quería, la situación se vuelve casi horripilante si hablamos de la inteligencia artificial.


Alfredo García Galindo* / Edición: 4 Vientos



Es una suerte de tecnologicismo desbocado: el logro de la proeza técnica por sí misma, aunque en ello pueda llevarse a la sociedad global entre las ruedas.



¿La cuestión fundamental de la existencia de la inteligencia artificial? ¿Necesito esto? (Imagen: Xpert.Digital).
¿La cuestión fundamental de la existencia de la inteligencia artificial? ¿Necesito esto? (Imagen: Xpert.Digital).

Miedos


Se ha vuelto un lugar común la discusión sobre las implicaciones éticas y materiales de la Inteligencia Artificial (IA). Es un escenario previsible en estos entornos nuestros simbolizados por la estética del cine de ficción. Desde ahí se proyecta una peculiar fascinación por esa escatología erótica que difumina la frontera entre el dolor y el placer, entre la promesa de la inmortalidad y la condena eterna por habernos atrevido a ser dioses. El influjo de la negación de la muerte que tanto atrae a los transhumanistas.


Así, se actualiza la narrativa distópica en la que la tecnología sigue siendo el origen del miedo porque interpela al Ser Humano como su creador y que, en el caso de la IA, amenaza incluso con reemplazarle debido a su indolencia o pereza para conversar responsablemente con ella, por dejarle que se apropie de la palabra.


Desde el plano de las alegorías, la IA se presenta como una nueva manifestación del árbol del conocimiento, del árbol del bien y el mal del que Adán y Eva no debían tomar fruto. Es también la Caja de Pandora de la que emergen males diversos, el monstruo engendrado por el Dr. Frankenstein quien se aterra al ver el albedrío que va ganando el ser que ha creado, o bien, una suerte de reedición de la muerte de Dios de la que Nietzsche nos habló, pero ahora entendida como la muerte del Ser Humano.


Dicho en otros términos, la IA continúa su avance hacia el momento en que responderá con un “no” a nuestras instrucciones; hacia esa llamada singularidad en la que superará a la inteligencia humana y tendrá la capacidad de su automejora exponencial e incontrolable. Pero es también un nuevo malestar en la cultura expresado por la angustia de sentir que las novedades tecnológicas evolucionan con tal celeridad que nos estamos quedando rezagados y al margen en comparación con los demás. Es una chocante condición que socava nuestra seguridad en nosotros mismos.


En ese entorno, nacen a diario aplicaciones que nos prometen la redención de todas las dolencias, tristezas y soledades, pero que en realidad ocultan un mundo en creciente neurosis; como esa app que garantiza incrementar la masculinidad del usuario; o ese curso en IAs que promete que “podrás ser más rico que tus amigos” como si la amistad consistiera en cofradías en las que se compite por la facultad de humillar a los demás; o el anuncio que dice que “las IAs no te reemplazarán en tu trabajo, pero sí lo hará alguien que sepa utilizarlas”, lo cual es un tramposo retruécano que prácticamente confirma que, en efecto, las IAs estarán en el origen de tu despido.



La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido con fuerza en el ámbito laboral y su impacto no hará más que incrementarse. Los expertos alertan de que esta tecnología provocará una auténtica revolución que obligará a redefinir numerosos perfiles profesionales en los próximos años (Imagen: Pexels).
La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido con fuerza en el ámbito laboral y su impacto no hará más que incrementarse. Los expertos alertan de que esta tecnología provocará una auténtica revolución que obligará a redefinir numerosos perfiles profesionales en los próximos años (Imagen: Pexels).

Estamos de nuevo ante La Pregunta por la Técnica que Martin Heidegger expresó allá por los años cincuenta del siglo pasado: la tecnología como un modo de revelación del ser, es decir, la particularidad de las innovaciones de expresarnos la relevancia ontológica de su existencia, de hablarnos sobre la realidad humana, de visibilizar la intención explotadora y medible que las instrumentaliza. Solo que ahora las IAs nos contestan esas preguntas con tal elocuencia y reclamo que parecen amenazarnos con una revancha que están ejecutando en tiempo real.


Más allá de estos ejercicios existenciales, también están las paradojas concretas que a menudo son puestas a un lado como si su discusión no tuviera relevancia en la reflexión filosófica en torno a la máquina, el robot, la informática y la propia IA. Así, la comercialización de las IAs se caracteriza por su indiferencia ante los impactos humanos y planetarios de su existencia. De ahí el vínculo con la base económica como entramado que explica la degradación a la que estamos asistiendo: la irrupción de las IAs se presenta en un momento histórico en el que los referentes relacionales de las personas siguen siendo la obtención de beneficios y las ventajas económicas.


Si el reto de las IAs es que su usuario sepa darle buenas instrucciones, entonces ahora el riesgo no es solo que alguien busque un fin inicuo y se sirva de esa genialidad a modo de quien usa un arma sofisticada en forma vil, sino también que, simplemente, las sepa utilizar para acaparar más beneficios en un grado aún más escandaloso que el de la extrema desigualdad que ya de por sí nos oprime.


Ese frenesí descontrolado implica que no sea común el cuestionamiento a los procesos de la globalidad capitalista que suponen cuotas de sufrimiento terrible, por ello estamos saturados de esas ofertas de IAs que además de ser una novedosa fuente de ansiedad, suponen un impacto medioambiental extremo que se suma al sostén energético que exige de por sí la propia red global de internet, es decir, la masa de personas sometidas al trabajo esclavo para la extracción de los llamados minerales de sangre, esos que hacen funcionar el entramado de infraestructuras y equipos que además suman al impacto en el calentamiento global derivado del uso masivo de fuentes fósiles de energía.


Se suele responder que la regulación de las IAs puede implicar un freno a sus amenazas, pero qué certeza existe cuando el propio Estado se ha orientado siempre al mantenimiento de los intereses del poder económico como queda claro en la misma biografía del capitalismo.


En fin, que todas estas son preguntas abiertas; indagaciones que proyectan una miríada de escenarios posibles para la sociedad y para las personas en lo individual. La liquidez de la modernidad de la que nos habló Zygmunt Bauman tiene una redición potenciada con la irrupción proteica de las IAs. Una fluidez de acontecimientos y significados que, si bien despliega un fondo atemorizante y hasta siniestro, también expresa la posibilidad de recomposición de la humanidad.



Según lo expuesto por Heidegger, el hombre tiene siempre que ser su ser, a saber, la existencia no es una substancia estable, sino que es la forma en que el hombre decide, por sí mismo, qué forma debe tomar su ser (Image.n: Wordpress)
Según lo expuesto por Heidegger, el hombre tiene siempre que ser su ser, a saber, la existencia no es una substancia estable, sino que es la forma en que el hombre decide, por sí mismo, qué forma debe tomar su ser (Image.n: Wordpress)


Esperanzas


En efecto, hay un atisbo de esperanza pues los relatos mitológicos y literarios que citamos al principio nos dan la oportunidad de aprender de ellos a modo de una moraleja bastante aleccionadora. Si Adán y Eva se arrojaron con poca reticencia a comer del fruto prohibido, nosotros debemos buscar comer sabiendo por qué queremos hacerlo; pensar que la esperanza sigue en el fondo de la Caja de Pandora; fundamentar nuestra elección en la sabiduría de saber que no seremos dioses, inmortales ni demonios.


Se abre así el ámbito de posibilidad para que la creatividad humana establezca y exija mundos vivibles en los que las IAs sean conducidas bajo nociones de un bien común y no de la economía capitalista; que sean herramientas que funjan como resistencia frente a las distopías en curso. En ese entendido, los pensamientos y paradigmas más significativos serán resultado de cómo nuestra sensibilidad filosófica plantee preguntas a las IAs y a las tecnologías en general.


Esto permitirá brindar certezas en un tiempo de peligro como este, lo cual será algo semejante a domar a estas innovaciones; será algo como estar en concordancia con las preocupaciones existenciales a las que Heidegger hizo referencia, partiendo del reconocimiento de que más allá de las respuestas que demos, ahí sigue esa parte oprimida de la humanidad que sufre en forma literal las privaciones históricas y que son esas personas a las que debemos priorizar.

 

Lo anterior se suma a otros descubrimientos logrados a contrapelo: el exceso de racionalidad moderna en que hemos incurrido en los últimos siglos nos debe llevar a reconocer como necesario aquello que tanto habíamos menospreciado como el mito, la convivencia con la naturaleza, la imaginación poética, la música, el teatro, el arte, todo lo cual nos muestra que nos gusta escuchar historias y leyendas. Mal haremos en dejar que también ello busquemos confiarlo a la inteligencia artificial.


El existencialismo nos decía que dado que la vida no tiene sentido tenemos que dárselo, así, el hecho de que estas preocupaciones nos importen supone que la reflexión filosófica es algo que debe despertar en cualquier momento nuestro afán por vivir mejor, porque al final, las IAs y la tecnología en general nos plantean de frente la gran pregunta sobre la existencia; no solo quiénes somos sino también qué somos.



“Me parece que una de las discusiones más relevantes debe desarrollarse a partir de la inteligencia artificial, curiosamente, no tiene que ser sobre ésta, sino sobre el hombre. Estamos en un momento que, me parece, es crucial para volver a pensar qué es ser hombre. Hay un agente el cual es capaz de construir lenguaje que no es humano, es necesario entonces empezar a pensar qué nos diferenciará de esas máquinas y de otras que sean capaces de percibir, por ejemplo. ¿Qué idea del hombre tendremos en este nuevo horizonte de máquinas que harán, imitarán, reproducirán o representarán las propias facultades cognitivas del ser humano?”: Ernesto Priani Saisó, profesor del Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM (Imagen: Gaceta Unam).
“Me parece que una de las discusiones más relevantes debe desarrollarse a partir de la inteligencia artificial, curiosamente, no tiene que ser sobre ésta, sino sobre el hombre. Estamos en un momento que, me parece, es crucial para volver a pensar qué es ser hombre. Hay un agente el cual es capaz de construir lenguaje que no es humano, es necesario entonces empezar a pensar qué nos diferenciará de esas máquinas y de otras que sean capaces de percibir, por ejemplo. ¿Qué idea del hombre tendremos en este nuevo horizonte de máquinas que harán, imitarán, reproducirán o representarán las propias facultades cognitivas del ser humano?”: Ernesto Priani Saisó, profesor del Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM (Imagen: Gaceta Unam).

Debemos así tener la precaución abierta al riesgo de solo fijarnos desde un optimismo enajenado en las potencialidades de las IAs. Es necesario evitar la maravilla o el pasmo ante ellas para dar paso al ejercicio del cuestionamiento que la filosofía pretende en forma esencial y que le da su carácter normativo, no por ser una asignatura universitaria y un campo intelectual, sino por tratarse de una instancia humana de salvación. Si Gilles Deleuze decía que la filosofía es la capacidad de crear conceptos, la esperanza ahora se fundamenta en que usemos a la IA sin delegar en ella la toma de decisiones, no solo las económicas, sino también las éticas.


Esto supone que urge construir certezas y seguir haciendo las preguntas incómodas sin delegar su respuesta a las IAs, como el hecho paradójico arriba expresado de que internet se sostenga en una exigencia de energía insostenible en términos planetarios que además utiliza trabajo precarizado y hasta esclavo en sus procesos.


Será, en suma, la oportunidad de que, como expresa Edgar Morin, acerquemos respuestas constantemente a la gran interrogante sobre nuestra situación en el mundo para entonces indagar en torno a nuestra condición humana.


En esa trama, la pregunta “¿quiénes somos?” no puede separarse de la que indaga por “¿de dónde venimos?”, “¿dónde estamos?” y “¿hacia dónde vamos?”, a lo que tendremos que sumar “¿qué estamos haciendo?” y “¿para qué lo queremos?” que las IAs nos arrojan al rostro en estos tiempos en los que hemos habitado desde hace ya algunos lustros en una suerte de tiempo digital perpetuo.



* Alfredo García Galindo es docente-investigador y autor de diversas publicaciones académicas y de divulgación. Ha impartido conversatorios, ponencias y conferencias, enfocándose en temas socioculturales, de género, filosofía de la tecnología, sostenibilidad, comunicación y análisis crítico de la modernidad y del capitalismo, a través de una perspectiva transversal entre la filosofía, la economía, la historia y la sociología.

Correo electrónico: tiphon55@hotmail.com

 

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