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¿Por qué la tecnología no nos ha liberado del trabajo (y no lo hará)?


Uno de los mayores sueños que la Revolución Industrial desató fue que los desarrollos tecnológicos liberarían al Ser Humano del trabajo extenuante y de la explotación para que así pudiera dedicarse libremente a las artes, la cultura, la filosofía, la contemplación y la convivencia.

 

 

Alfredo García Galindo* / Edición: 4 Vientos


 

En la excelente película “Metrópolis” (1927), del director y guionista austriaco-alemán- estadounidense Fritz Lang, la trama se enfoca en conflictos de índole social, política, económica y tecnológica, sin dejar de lado las teorías teológicas y metafísicas; es una película llena de simbolismos que, en esencia, critica al capitalismo debido a que se da una deshumanización de la persona cuando se convierte en un autómata mecánico, servidor del capitalismo explotador y del ser tirano. Estas son analizadas como consecuencias de la revolución industrial, donde el hombre deja su vida natural para convertirse en un esclavo más de la “Metrópolis” (Imagen: Facebook).
 

Con el transcurrir del tiempo quedaría claro que, en efecto, eso solo había sido un sueño pues la explotación y el sometimiento a condiciones laborales a menudo miserables, extenuantes o vacías de sentido, es la realidad de miles de millones de personas en el mundo.


Vale aclarar que no se trata de que el trabajo por sí mismo sea algo indeseable (1); nos referimos a las formas laborales que degradan la salud, el bienestar y la dignidad humana.


Tampoco afirmamos que las dinámicas del trabajo no hayan cambiado en nada o que ninguna tarea se haya facilitado.


Es obvio que muchas actividades las hacemos hoy con un mínimo esfuerzo o incluso las delegamos a máquinas que las hacen mucho mejor que nosotros; no obstante, eso no significa que hayamos podido destinar el tiempo salvado en esos mismos esfuerzos a nuestra plena conveniencia, como es muy visible en la cotidiana faena que nos vemos obligados a desempeñar para ganarnos la vida.


Pues bien, la respuesta a ese aparente misterio se encuentra en la forma como se han reorganizado la acumulación de capital y el trabajo con cada innovación técnico-científica; es decir, en la manera como han sido aprovechados los ahorros en tiempo y energía humana que la tecnología ha permitido.


Si nos trasladamos a la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX veremos que aquella fijación fetichista en las tecnologías se reflejaba en los grandilocuentes proyectos de las élites políticas y económicas.


Soñaban con una sociedad de urbes maravillosas y plena de aparatos y artilugios en la que los habitantes pasarían el tiempo paseando por las calles, asistiendo a conciertos de ópera, ejercitando el cuerpo, leyendo a Hume en las bancas de los parques o departiendo con la familia y los amigos, mientras las máquinas se harían cargo de un trabajo que requeriría un mínimo de horas de supervisión humana.


Sería la instauración del paraíso en la modalidad de una utopía del progreso y la civilización; de la victoria definitiva sobre la naturaleza y sus caprichos. Sin embargo… poco fue así. Con el paso del tiempo se fue delineando la crisis civilizatoria sin precedentes en la que hoy residimos; en ello la economía capitalista tiene el papel central por la devastación generada en el ámbito medioambiental y por la condición de sometimiento de las mayorías globales a su funcionamiento alienante en planos como el trabajo explotador y el frenesí consumista.


En esas condiciones, en lo último que podemos pensar es en que los habitantes globales hayan ganado algún tipo de libertad cercana a la prometida por aquella modernidad tecnológica.


 

Ilustración de Andrew Rae.
 

Identificar la explicación a semejante revés no requiere de un esfuerzo extremo sino quizás de una breve narración que lo ilustre: en el último tercio del siglo XVIII, el más típico de los patrones textiles ingleses contaba con una planta de obreros que realizaba su faena utilizando telares impulsados por fuerza manual.


Con el desarrollo inicial de la lanzadera volante y el telar de Jacquard, el siglo XIX vería una proliferación constante de mejoras y nuevas máquinas que acelerarían enormemente la producción, tal como puede verse con el incremento progresivo de la productividad por trabajador, la cual superó por mucho el aumento relativo de los salarios reales desde entonces y hasta nuestros días (2).


En este punto es donde se encuentra el meollo de esta historia que puede extrapolarse de la industria textil inglesa hacia el resto de las actividades económicas y de los países; cada vez que los patrones se hacían de alguna innovación tecnológica, era para no perder competitividad frente a sus adversarios y para incrementar la producción y sus beneficios.


Queda claro que disminuir la jornada que sus trabajadores cumplían o mejorar ostensiblemente la calidad de sus faenas era la última de las prioridades en esa fórmula.


De hecho, solo hasta que se reguló la jornada en las ocho horas es que los industriales de las diferentes ramas limitaron los tiempos de explotación laboral que se extendían hasta las 16 horas, aun cuando se iban elevando enormemente los beneficios que obtenían con las nuevas máquinas.


Habrá que decir, además, que esa conquista en la jornada laboral tardó en instaurarse de manera generalizada en el mundo hasta bien entrado el siglo XX y ocurrió no por la gracia y buena voluntad de los capitalistas, sino por la lucha de los trabajadores a los que les costó sangre, represión y la vida de miles de ellos.


Dicho en esos términos, podemos extrapolar el ejemplo de la industria textil inglesa a lo que ha ocurrido en términos generales con los progresos tecnológicos en los últimos dos siglos a nivel global, más allá de las particularidades de cada sector y al margen de las diferencias sociales y laborales entre los distintos países.


Para expresarlo sintéticamente, se dio lo que Karl Marx indicaba cuando decía que el aprovechamiento capitalista de la tecnología es la razón de que su despliegue no haya beneficiado a los trabajadores en forma equivalente a las ventajas que han obtenido los patrones.


 

Video en Youtube. Canal educativo En Minutos.
 

Para ilustrar estas tendencias con otro escenario, también podemos considerar los cambios que se han dado hasta el presente en las formas de trabajo de diversas profesiones y oficios.


A modo de ejemplo, gracias a las hojas de cálculo y a los programas para contabilidad, un empleado de un bufete fiscal de la actualidad puede hacer en menos tiempo la misma cantidad de ejercicios contables de veinte de sus colegas de los años 40; es decir, la productividad en este ámbito laboral se ha incrementado decenas de veces; no obstante, eso no significa que la suerte salarial de estos empleados o sus jornadas hayan mejorado al mismo ritmo, pues como podemos inferir, los beneficios de ese incremento vertiginoso de la productividad debido a la tecnología, han terminado fundamentalmente en manos de los dueños del capital.


Si pensamos que esa lógica instrumental de los progresos técnicos y científicos para el objetivo de la acumulación capitalista persiste como un mantra incuestionable, podemos concluir la razón de que el anhelo de la emancipación por la inventiva humana se mantenga como una falsa promesa.


Incluso podemos atestiguar lo contrario en muchos escenarios, es decir, la actual degradación progresiva de muchas de las conquistas sociales y laborales es justificada por las clases políticas y corporativas con la necesidad del mantenimiento de la eficiencia y el crecimiento económico, lo cual es algo que está ocurriendo para perjuicio incluso de la población trabajadora de algunos países de primer mundo.


Lo mismo podemos concluir si hablamos de las últimas innovaciones del mundo tecnológico como las adscritas a la informática, la robótica y las inteligencias artificiales, pues sabemos que el discurso que ha rodeado su aparición y justifica su aprovechamiento apunta hacia las ventajas que prometen para “optimizar la producción”, “vencer a la competencia” o estar “a la vanguardia” en este mundo desafiante y cada vez más vertiginoso.


En otras palabras, se destaca el papel de estas tecnologías como armas de supervivencia en la economía del “sálvese quien pueda”, en lugar de que su enorme potencial sea efectivamente canalizado a la liberación del género humano de los grilletes de la explotación.


En suma, mientras la lógica de apropiación capitalista persista, los beneficios laborales concretos que la población mundial cosechará de los desarrollos tecnológicos seguirán siendo raquíticos en comparación con lo que obtengan para sí los dueños del capital, pues estos seguirán en su objetivo de aprovechar esas innovaciones para abatir costos, siendo el primero de ellos el vinculado con el factor trabajo y su remuneración.


De este modo, las condiciones de subsistencia del proletariado global continuarán estando caracterizadas por el subempleo, los salarios de miseria, la discriminación, las jornadas extenuantes y las actividades corrosivas de la salud mental.


En otras palabras, y recuperando lo dicho por Marx, la tecnología no nos liberará de la explotación laboral mientras persista la instrumentalización capitalista de sus beneficios.



(1).- En Ontología del ser social. La alienación, Georgy Lukacs define al trabajo “para sí” como una condición ontológica que edifica al Ser Humano, en contraste con el sentido enajenante del trabajo asalariado en la economía capitalista.

(2).- Ver: Bouscasse, P. et al. (2024). When Did Growth Begin? New Estimates of Productivity Growth in England from 1250 to 1870. Disponible en: https://eml.berkeley.edu/~jsteinsson/papers/malthus.pdf



 


* Alfredo García Galindo es docente-investigador y autor de diversas publicaciones académicas y de divulgación. Ha impartido charlas, ponencias y conferencias, enfocándose en temas de género, filosofía de la tecnología, sostenibilidad, comunicación y análisis crítico de la modernidad y del capitalismo, a través de una perspectiva transversal entre la filosofía, la economía, la historia y la sociología.

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