Poco después de la represión del 68, a resultas de la guerra fría en el mundo y la persecución permanente contra los opositores en México, el Comité Central del Partido Comunista Mexicano (PCM) me sacó temporalmente del país.
Jesús Sosa Castro* / Edición: 4 Vientos
El movimiento estudiantil del 68, año que confrontó a la juventud mexicana con la represión y el autoritarismo del Estado mexicano (Imagen: Facebook).
Los riesgos de caer preso o asesinado por andar metido en el movimiento de masas, particularmente en el magisterio nacional, llevaron al partido a mandarme a estudiar dos años a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Era costumbre que, al regreso, el que había ido a estudiar se convertía en un profesional en la lucha y defensa del movimiento obrero.
Nunca me había subido a un avión; no hablo otro idioma más que el español y mis raíces provincianas y la falta de experiencia para viajar a otras partes del mundo, provocaron en mí, desde un principio, una especie de miedo escalofriante.
La ruta del vuelo era México, Madrid, Berlín, Moscú. Las indicaciones recibidas por la dirección del PCM fueron las de actuar con mucha discreción, pues los servicios de inteligencia de los Estados Unidos estaban presentes en todos los aeropuertos para cazar a los comunistas.
Todo iba bien hasta Madrid. La escala Madrid-Berlín sufrió cambios debido al mal tiempo, lo que obligó a los pilotos a aterrizar en la parte occidental de Alemania. Allí nos hicieron bajar del avión y pasar por un registro policíaco en el que sufrí el mayor estado de terror.
Me preguntaban cosas que evidenciaban represión.
Después del interrogatorio, los policías me condujeron a la línea divisoria de lo que en ese entonces se llamaba el muro de Berlín. Con mi maleta a cuestas y sin un rumbo fijo, caminé hacia un puesto de policías en la parte Oriental.
La presencia de un extranjero provocó desconfianza y dudas sobre lo extraño que estaba pasando. Se hicieron consultas telefónicas y al final de unas horas llegó una persona que hablaba el español.
El icónico Muro de Berlín (Imagen: AARP).
Me preguntaron mi nombre, por qué estaba allí, a dónde me dirigía y las causas por las que había aterrizado en la parte occidental de Alemania, con los riesgos que eso implicaba.
- “Soy comunista mexicano”, les dije.
- “Voy a estudiar a la escuela de cuadros del PCUS. Por problemas de tránsito aéreo el avión aterrizó en otro lugar”.
Enterados de mi situación me llevaron a un hotel. Me trataron bien.
Al día siguiente me llevaron al aeropuerto y en un avión de Aeroflot me embarcaron rumbo a Moscú. Ya en ese país el trato fue entre camaradas.
Me llevaron a una casa de campo para hacerme un chequeo médico. Días después me operaron de las amígdalas. En el bosque frío y con la nieve deslumbrante, mi recuperación la disfruté con los mejores helados que jamás había probado en mi vida.
Ya recuperado llegué a la escuela. Me entregaron mis documentos para moverme en el país y debo precisar que las clases nos las daban en español.
Acepto que el idioma ruso fue un problema para mí. Los primeros días los alimentos los pedía a través de señas. A los pocos meses ya me daba a entender y me movía solito por la ciudad y por los lagos y ríos que dan vida a Moscú.
Una vez que empezó el curso en la escuela de cuadros me fui dando cuenta de que había más de una decena de camaradas mexicanos que habían llegado a Moscú en distintos momentos y por distintas rutas.
Era lo mismo con compañeros de otros países. Todos formábamos una hermandad que luchaba contra el hartazgo de la represión, la tortura y el asesinato por los gobiernos de las oligarquías de nuestros respectivos países.
Hay que decir que no huíamos de nuestras responsabilidades asumidas con lealtad y patriotismo por el bien del país. La idea era prepararnos para servir a las causas que tenían que ver con la libertad, la democracia y la justicia.
El sueño de los gladiadores: tener el poder, no solo el gobierno romano (Cápsula de Raquel de la Morena).
Nuestro objetivo era elaborar las respuestas para contestar las preguntas que nos hacía el movimiento obrero. Queríamos aprender lo necesario no para discutir con las élites, con quienes nos explotaban, sino con el pueblo trabajador.
La represión y los asesinatos que en esos tiempos se cometían de manera impune por los “gorilas” de nuestras naciones, nos obligaban a buscar la forma de garantizar que el movimiento obrero y de masas en el que participábamos, tuvieran la garantía de que en cualquier circunstancia siempre habría los cuadros necesarios para darle continuidad a la lucha revolucionaria.
No estábamos estudiando en ese país para ganar dinero. Queríamos cambiar el mundo porque claro veíamos que el sistema neoliberal empezaba, en 1973, a poner en el centro del “progreso” al individualismo y las ganancias.
Queríamos que el sueño de Casto, el esclavo amigo y compañero romano de Espartaco, se hiciera realidad: tener el poder, no solo el gobierno.
Cuando ambos se dan cuenta que al principio vivieron la libertad, en nosotros creció la aspiración de que no fueran las cúpulas, sino el pueblo quien fuera el constructor de su propio destino.
A partir de estas esperanzas hicimos de los libros y del aprendizaje la meta a conquistar. Nos empezamos a dar cuenta de que el discurso de la oligarquía estaba lleno de mentiras y que, si queríamos cumplir con el encargo que nos había dado el partido, teníamos que elaborar una ruta y una estrategia para que las élites no fueran las que nos impusieran la cultura neoliberal, esa donde el individuo es más importante que la colectividad.
Las materias de estudio y los debates con nuestros maestros comunistas nos ayudaron a desentrañar nuestro confuso pensamiento. Descubrimos por qué los capitalistas no sólo explotan y trastocan los sentimientos y la vida de los trabajadores, ya que ellos son la expresión del culto al dinero, en tanto que el pueblo es el ente que los enriquece.
Fue a partir de estas ideas que logramos entender que el poder y el gobierno no se obtienen por mandato de los parlamentos o de las cúpulas políticas y económicas. Se obtiene con el pueblo, recorriendo calle por calle, casa por casa, hablando y trabajando con la gente.
Al pueblo había que organizarlo y hacerle ver que es luchando como se logran las transformaciones.
Estas cosas fueron la parte sustancial de esa pasión por el estudio; y hoy esa es la fuerza moral y espiritual que me sigue acompañando.
* Jesús Sosa Castro es un activista social de la Ciudad de México. Articulista y colaborador en diversos medios impresos y digitales. Fue miembro del Partido Comunista Mexicano y de todas las organizaciones político-electorales que de él se desprendieron.
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