En el sur de la mixteca poblana, mi tierra, hubo y hay dos instituciones respetables para los pobladores: la escuela rural Fray Bernardino García y la Iglesia de la Sagrada Familia.
Jesús Sosa Castro* / Edición 4 Vientos
Imagen: Alamy.
En la primera aprendí a leer y a escribir. Mi maestro, Moisés Flores Guevara, fue un sabio.
En la segunda institución me enseñaron a rezar, a no pensar; solo a obedecer y a buscar en los mandamientos del “Señor” una felicidad celestial justo en el lugar donde los sueños de los mundanos podían ir a la gloria o al infierno, según obraran sus comportamientos o sus hechos.
Pero de esa etapa de mi vida lo que más recuerdo fue la enorme sabiduría de mi maestro rural. Mi aprendizaje siempre se alimentó de su pensamiento libertario.
A los niños campesinos nos trató con amor y respeto. Nos habló de la escuela socialista, del papel heroico que jugaban los maestros rurales, de la histeria y la barbarie que habitaba en el corazón de los caciques y conservadores.
Mi padre, que le daba seguimiento a mis conocimientos, se dio cuenta de que ya no aprendía nada nuevo y me sacó de la escuela para ponerme a trabajar como su peón en la labranza de la tierra.
Fue un tío, que era maestro, quien me sacó del campo para llevarme a terminar la primaria en una escuela que se encontraba a 80 kilómetros al sur de la mixteca poblana.
Como era de esperarse, llegué a uno de los reductos cristeros del estado de Puebla.
En mis tiempos libres, estando en 5º y 6º años, el cura me volvió un fanático de las cuestiones religiosas.
Ilustración en la reedición del Manifiesto Comunista hecha por la editorial Nórdica Libros, de Diego Moreno (Pinterest).
Todos los viernes eran días de doctrina, al grado de que esa enajenación me llevó al lado de mis padres campesinos a decirles que, como castigo a sus faltas de fe, el sol no saldría un día “X” como castigo a los descreídos de dios.
Por fortuna me fui a la Ciudad de México a cursar la secundaria. Ahí mi fe se fue alejando y mis creencias se centraron en los libros, en las lecturas y en las evidencias de que esas doctrinas que predicaban la justicia divina eran solo palabras para alimentar la ignorancia y someternos a los dictados de quienes, de mala manera, generaban las injusticias en la tierra.
Ya siendo maestro me fui a trabajar a Tijuana. Allí fueron mi ejemplo los cubanos defendiendo su revolución, las prédicas del comunista Blas Manrique, la continuación de las lecturas y la actitud valiente del general Lázaro Cárdenas del Río los que influyeron en mí para hacerme un luchador libertario.
Casi un año después regresé a la Ciudad de México y aquí me encontré con un movimiento social encabezado por Othón Salazar, Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Arnoldo Martínez Verdugo, Ramón Danzós Palomino, Gerardo Unzueta Lorenzana y otros que acabaron por quitarme mis creencias ultramundanas y ver en su trabajo y sus liderazgos los íconos que me convirtieron en otro comunista.
Al pasar de los años mis ideales y mis ideas se han fortalecido.
He sido actor y participante de las luchas y de los logros que muchos camaradas ya no tuvieron la oportunidad de ver.
A ellos y a los sin nombre les dedico estas líneas porque todos defendimos y seguimos defendiendo las banderas que ayer y hoy nos han hecho vivir, y morir, con honor.
* Jesús Sosa Castro es un activista social de la Ciudad de México. Articulista y colaborador en diversos medios impresos y digitales. Fue miembro del Partido Comunista Mexicano y de todas las organizaciones político-electorales que de él se desprendieron.
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