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Del Papa Francisco; la lucha por la sucesión y el ocaso de la Iglesia

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    4 Vientos
  • hace 3 días
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La muerte del Papa Francisco ha sido motivo para recordar su biografía pastoral caracterizada por un posicionamiento impensable en pontífices como Juan Pablo II o Benedicto XVI en temas como el aborto o la comunidad LGBTI+; sin embargo, su mayor herencia coyuntural es una gran interrogante: ¿qué dirección deberá seguir la Iglesia Católica en medio de una evidente debacle de representatividad ante su feligresía?

 

Alfredo García Galindo* / Edición: 4 Vientos


 

Las alternativas para el puesto del Vicario de Cristo oscilan así entre los extremos protagonizados, por un lado, por ese conservadurismo inflexible y aun presente en el Colegio Cardenalicio y, por el otro, por la continuidad en la conciliación social que Francisco pretendió (Imagen: Captura de pantalla en Youtube).
Las alternativas para el puesto del Vicario de Cristo oscilan así entre los extremos protagonizados, por un lado, por ese conservadurismo inflexible y aun presente en el Colegio Cardenalicio y, por el otro, por la continuidad en la conciliación social que Francisco pretendió (Imagen: Captura de pantalla en Youtube).
 

En esta condición crítica ocurre una fuerte tensión interna, pues las alas más conservadoras de la autoridad eclesial veían con muy malos ojos lo que consideraban inaceptables arrebatos “progresistas” del Papa Francisco, cuando lo que ocurría es que él estaba asumiendo una postura de mayor practicidad política ante un anquilosamiento evidente de la Iglesia.


Sin jamás plantear un radical viraje de la esencia patriarcal, heteronormativa y “provida” de la Iglesia, Francisco amplió el alcance discursivo dentro de ese margen del deber cristiano de amor al prójimo. De ahí que haya abogado por “la misericordia y el perdón” hacia las mujeres que hubiesen abortado, o también que haya tenido acercamientos con personas homosexuales y transgénero y que diera autorización para que los sacerdotes bendijeran estas uniones aun cuando no se reconociera como válido el matrimonio igualitario por parte de la Iglesia Católica.


Desde luego, también es comprensible la lectura de que ese proceder debería elogiarse por venir de alguien que encabezaba una institución tradicionalmente crítica de los “excesos” de libertad, más aún cuando hubo otras áreas encomiables en las que puso una atención sin precedentes, como sería su crítica a la esencia depredadora de la economía global que tuvo expresión en el planteamiento proambiental de la encíclica Laudato Sí.


Se trata de un escenario casi natural en los procesos de cambio de las instituciones humanas, más cuando existe el apuro de que la sociedad camina en forma acelerada hacia otros referentes morales; no obstante, también es cierto que la parte más conservadora de la prelatura católica vivió como horas muy oscuras el pontificado de Francisco.


La noción de este sector es que la Iglesia debe ser el baluarte irreductible de un dogma tradicional repelente a las novedades y ocurrencias, pues según su perspectiva, no solo se va en ello la supervivencia de la propia Iglesia sino también es una invitación al extravío espiritual de la humanidad.


Estas facciones duras están representadas por algunos cardenales electores como Gerhard Müller o Timothy Dolan, que siempre han abogado por la restauración de una Iglesia vertical y autoritaria que no tenga reparos en defender una doctrina férrea.


Pero la tienen muy complicada si asumimos que casi el 80% de los 135 electores que habrán de nombrar al nuevo Papa fueron designados por Francisco y su particularidad es la diversidad de carácter y opinión, además de una adscripción a países ajenos al centro del poder convencional de la propia Iglesia que es Europa.


 

Obra completa y segmento del cuadro Finis Gloriae Mundi (1671-72) de Juan de Valdez Leal, que forma parte del arte impreso en la portada del libro / ensayo "La Puta de Babilonia", del escritor colombiano Fernando Vallejo.


 

No obstante, no significa que los conservadores no cuenten con algunos nombres que podrían dar un respiro de tradicionalismo y rigidez en dado caso de que el báculo papal quedara en sus manos.


Es el caso del húngaro Peter Erdo, del congolés Fridolin Ambongo o, en el caso más extremo, del guineano Robert Sarah quien no solo destaca por ser bien visto por los sectores más radicales de la tradicionalidad litúrgica, sino también por haberse mostrado como un duro opositor a las decisiones y medidas tomadas por el Papa argentino.


Desde luego esto sólo es un botón de muestra del contenido inevitablemente ideológico de lo que está en juego, y es también una expresión del esencial carácter político de la Iglesia Católica. El drama de esta sucesión no se limita a la exégesis del dogma y a cómo tiene que comprometerse con ello la feligresía; es también la expresión de la coyuntura histórica de una instancia que ha caminado por décadas en una lenta crisis de legitimidad que, si bien sigue implicando un poder global de enormes alcances, augura una disolución a largo plazo de la que ya no habrá de levantarse.


Es así que el peso de estas contradicciones sistémicas expresa que el poder eclesial en Roma se encuentra en un punto de quiebre; la etapa de Francisco dejó plantada toda clase de expectativas en aliados y detractores en un tiempo en el que los creyentes continúan menguando en cantidad y apego a la doctrina.


Las alternativas para el puesto del Vicario de Cristo oscilan así entre los extremos protagonizados, por un lado, por ese conservadurismo inflexible y aun presente en el Colegio Cardenalicio y, por el otro, por la continuidad en la conciliación social que Francisco pretendió.


No obstante, la crisis existencial del Vaticano se encuentra en que, bajo cualquier condición, parece que no hay vuelta atrás en el éxodo de un rebaño que camina por una inexorable secularización o que se decanta por otras alternativas espirituales y de sentido de vida, aun cuando puedan ser descabelladas y extravagantes.


En fin, que quizás en la segunda opción reside la única posibilidad de la Iglesia para ganar tiempo a su ineludible ocaso, es decir, en la arriesgada apuesta de hacer más audaz el reformismo de Francisco, aun cuando ello pueda provocar la oposición abierta de prelados, clérigos y fieles que anhelan una Iglesia guiada por las formas rígidas de la ortodoxia.


En otras palabras, la apuesta tendría que ser por la continuidad de esa evolución interna que asuma el costo de una eventual inconformidad conservadora en pro de un bien mayor: seguir siendo por un periodo más extendido una opción viable para la fe de millones de católicos, que hoy anhelan una autoridad vaticana acorde a las complejidades de la sociedad contemporánea.


 

* Alfredo García Galindo es docente-investigador y autor de diversas publicaciones académicas y de divulgación. Ha impartido conversatorios, ponencias y conferencias, enfocándose en temas socioculturales, de género, filosofía de la tecnología, sostenibilidad, comunicación y análisis crítico de la modernidad y del capitalismo, a través de una perspectiva transversal entre la filosofía, la economía, la historia y la sociología.

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