Los anillos del poder: La frívola ambición de la oligarquía y el conformismo de la pequeña burguesía
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Este artículo es una respuesta a la columna publicada por la crítica literaria Michiko Kakutani en The New York Times y Clarín, titulada “Por qué los más poderosos de Silicon Valley están tan obsesionados con los hobbits”.
Juan Grabois* / Radio Red** / Edición: 4 Vientos

La Ciencia Ficción, la literatura fantástica y el esoterismo se están convirtiendo en factores decisivos en la política como alguna vez lo fueron la filosofía, la religión y la teología; particularmente -pero no exclusivamente-, estos debates hacen mella en la oligarquía de Silicon Valley.
En su artículo Michiko Kakutani acierta en un punto fundamental. J.R.R. Tolkien habría detestado profundamente al Estado Apartheid de Silicon Valley; toda su biografía y su bibliografía indican que Silicon Valley está más cerca de Mordor que de La Comarca.
Tolkien hubiera sentido una repulsión instintiva por la sed de dinero y poder que los mandarines al servicio de Morgoth tenían.
Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Sundar Pichai, Tim Cook, Satya Nadella, Jensen Huang, Larry Page, Sergey Brin son más parecidos a los nueve Nazgûl que a cualquier otro grupo o persona que figure en la trilogía o los libros anteriores del gran autor católico inglés.
El punto de contacto con los Nazgûl es que muchos de ellos fueron dignos pioneros, aunque ahora se parecen más a Ulfang el Negro y sus huestes que en la primera edad se pone al servicio de Morgoth por ambición de riqueza y poder, no por corrupción espiritual como los Nazgûl.
Es el viejo conocido oro, o, como diría Tolkien:
"La avaricia y el deseo de poseer son los mayores males de nuestra época, y se esconden incluso bajo las formas más elevadas de cultura”.
Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Sundar Pichai, Tim Cook, Satya Nadella, Jensen Huang, Larry Page, Sergey Brin son más parecidos a los nueve Nazgûl que a cualquier otro grupo o persona que figure en la trilogía o los libros anteriores del gran autor católico inglés.
Nuestros modernos Nazgûl son efectivamente, empresarios sedientos de dinero, poder y fama que ofenden la memoria de Tolkien o cualquier humanista de los que se apropian al promover la hybris técnica, la dominación sin límite, el desprecio por la naturaleza, la arrogancia prometeica que corrompe el espíritu, todo por plata, plata y más plata.
En el Legendarium de Tolkien, Mordor no es sólo un paisaje devastado: es la representación alegórica de un mundo dominado por la lógica instrumental, por el fetichismo de la técnica y del poder por el poder mismo.
La transformación de seres vivos en Orcos, la creación de máquinas repugnantes, el sometimiento de la naturaleza, su devastación y a la voluntad de dominación son el núcleo de esa visión.

El transhumanismo de Silicon Valley refleja esa pulsión: la pretensión de superar la naturaleza humana, de fundirla con la máquina, de colonizar el cuerpo y la mente en nombre de una inmortalidad falsa.
Los Orcos son precisamente eso: criaturas que alguna vez fueron nobles —Elfos en la leyenda original— corrompidas y deformadas por la técnica oscura.
Los Nazgûl, por su parte, son hombres que, en su afán de poder e inmortalidad, entregaron su voluntad y su esencia al Anillo, convirtiéndose en sombras sin alma.
Los Easterlings, Haradrim y otros hombres por poder y riqueza. Son buenas metáforas para Silicon Valley.
Aquí es importante destacar otra cosa. El mal en Tolkien tiene varias capas y momentos. Melkor, Morghot, Sauron.
Hay una genealogía del mal. Melkor implica un deseo espiritual de dominación del orden cósmico de los Valar; Morghot la destrucción de lo bello y el ser humano; Sauron la voluntad de control directo sobre la Tierra Media a partir de la opresión de los pueblos.
Por debajo de ellos están otros servidores sin agencia propia, dominados a su vez, como los Balrogs, los Uruloki y otras bestias menores.
Este es el mayor límite de la metáfora del artículo: desconoce lo más banal y evidente de esta tecno-oligarquía: que no son ni héroes trágicos, ni cruzados ideológicos, ni siquiera apóstoles coherentes de una visión del mundo. Son, ante todo, hombres de dinero, de fama, de éxito inmediato.
Se trata de burgueses tardíos obsesionados con la acumulación material, con el narcisismo mediático, con la búsqueda de reconocimiento dentro de un mercado global donde todo —incluso la épica— es mercancía. Y esto es exactamente lo que Tolkien despreciaba.
El transhumanismo de Silicon Valley refleja esa pulsión: la pretensión de superar la naturaleza humana, de fundirla con la máquina, de colonizar el cuerpo y la mente en nombre de una inmortalidad falsa.

Si hay algo que les atrae de Tolkien es el escapismo que proporciona a ciertos espíritus infantiles porque, en última instancia, la narrativa de Tolkien no es de naturaleza alegórica ni metafórica. No es realismo mítico.
Es, como Tolkien muy bien lo define, algo mucho más profundo que emerge de la capacidad creativa del alma humana. Es una subcreación.
La utilización tecnoelitista que se le da, válida para un niño o una persona sin formación cultural, ridícula para un adulto que cree ser Einstein, es su apropiación como vía de escape análoga a la ciencia ficción.
Esto está relacionado por lo que en Estados Unidos llaman el “Exit” que se expresa en visiones muy diferentes según los distintos empresarios e intelectuales.
Desde armar falansterios de derecha elitista en islas oceánicas, crear un mundo especial en Groenlandia, colonizar otros planetas con los elegidos… o el más común (y el más peligroso) organizar un mundo-red paralelo a través de la neurotecnología que permita un escape total, permanente e inmortal.
Se trata de la simplificación que hacen las otras elites -progresistas, académicas, periodísticas, credencialistas- al sentirse amenazados sus privilegios por la nueva derecha.
Al agrupar bajo una misma etiqueta a personajes y corrientes ideológicas profundamente diferentes —cuando no abiertamente antagónicas— como Steve Bannon y Elon Musk, muestra una cierta incapacidad de analizar con profundidad la realidad.
Escribo este artículo y entra el tweet de Elon Musk. La incomprensión de los distintos bloques en pugna que le dan sustancia al jarro vacío de Donald Trump es un signo de parálisis intelectual.
Mientras Bannon estructura todo su discurso en la centralidad de la clase obrera y la reafirmación de la soberanía nacional, definiendo como prioritario su espacio hemisférico y buscando un nuevo reparto de las esferas de influencia, Elon Musk encarna el espíritu globalista de la utopía tecnocrática, tecnoelitista, el enhancement, el Texhnolyze que anticipó Hamasaki, la deshumanización atea que busca la superioridad poshumana, la inmortalidad en la nube, la disolución de la comunidad de distintos, el pluribus unum.
Aprovecho para decirle a los compañeros, camaradas y hermanos que creen en el desarrollo humano integral de todas las personas y todos los pueblos -sin supremacistas y posthumanistas-: los debates ideológicos más profundos están, mal que nos pese a los que creemos en el humanismo total, en la llamada derecha y no en la izquierda.
Están hablando muy seriamente de los grandes temas de la humanidad. Con la liviana retórica “antifascista” y la hipnosis ideológica nos estamos quedando afuera de las discusiones más importantes.

Pero volvamos al artículo de Kakutani. El autor yerra también en romantizar a los Hobbits como símbolo de virtud cívica y armonía con la naturaleza.
Es cierto que Tolkien los presenta como un pueblo sencillo, amante de la vida doméstica, respetuoso de la naturaleza, adepto a placeres simples y de carácter bondadoso. Pero tomados de manera aislada, sin la estructura de la Comunidad del Anillo, los Hobbits representan, más bien, la pequeña burguesía conformista que no se involucra en los grandes asuntos de la Tierra Media.
Pueden ser una comunidad amistosa pero también el "ciudadano promedio" encerrado en su confort, en su mundo chato, ignorante de los peligros que se gestan más allá de sus fronteras y los sufrimientos de los otros pueblos.
No hemos de olvidar que tuvieron sus colaboracionistas con Saruman como Lotho y Sandyman.
Los hobbits -el “hombre común”, la “gente de bien”, el “tipo normal”- no quieren complicaciones ideológicas ni políticas- salvo limitadas excepciones como Bilbo, Frodo o, muy a su pesar, Sam.
Hoy, los Hobbits, ese pueblo sencillo, pero no obrero ni excluido ni explotado, son en gran medida la base de maniobra de los proyectos de dominación en muchos países del mundo.
El propio Tolkien sabía que la salvación de la Tierra Media no dependía de los Hobbits como pueblo, sino de una alianza amplia y virtuosa: la Comunidad del Anillo.

Esta Comunidad no es una idealización ingenua de “los pequeños contra los grandes”, sino la construcción política de un sujeto colectivo diverso donde cada componente aporta desde su especificidad: la sabiduría y el arte de los Elfos, la naturaleza obrera y destreza técnica de los Enanos, la fortaleza y el liderazgo de los Hombres, la humildad y el coraje inesperado de algunos Hobbits, la visión estratégica y el poder espiritual de los Magos.
Es esta sinergia —no la bondad de un solo grupo— la que permite enfrentar al Mal. Estos son dos elementos fundamentales en todo proceso de lucha por la defensa de la vida y la naturaleza: el poder del heroísmo y la capacidad de sacrificio personal.
Tolkien no despreciaba el poder en sí, sino el poder que corrompe apelando a la codicia y las fantasías de poder. Los grandes personajes de su obra —Aragorn, Gandalf, Galadriel—no rehúsan el poder, sino que lo ejercen tenazmente. Lo que rechazan es la corrupción del poder.
Los Musk, Thiel y demás no son "magos modernos", sino Nazgûl contemporáneos: hombres que se han vaciado a sí mismos persiguiendo el poder y la inmortalidad digital, a costa de su propia humanidad. Pretenden así despojarnos al resto de la nuestra.
Y el artículo de Kakutani, al no señalar con claridad este vacío espiritual —al detenerse en el juego de citas pop y en la fácil demonización de “los malos de turno”— termina siendo una crítica superficial, cómoda, inofensiva.
El mérito de haber señalado la contradicción entre Tolkien y la tecno-oligarquía no debería ocultar este defecto.
Si no se denuncia el corazón codicioso y profundamente banal de esta apropiación cultural, se corre el riesgo de dejar el debate en manos de los mismos estetas de Silicon Valley y sus rivales dentro de esa comunidad tan heterogénea -donde entra la tecno-oligarquía, los terraplanistas fanáticos, los conservadores tradicionales, los nacionalistas-populistas, las élites financieras, la pequeña burguesía asustada y una parte de la clase obrera blanca, latina e hispana- que se ha logrado aglutinar detrás de proyectos como el de Trump, en el que por ahora los transhumanistas -a Dios gracias- cayeron en desgracia, pero que tampoco persiguen el desarrollo humano integral sino el de solo algunos humanos.
Y esto solo en algunas de sus dimensiones y solo en algunas latitudes.
* Juan Grabois es abogado, traductor de inglés, licenciado en Ciencias Sociales, escritor, dirigente social y político argentino.
** Diario Red se define como un medio de comunicación que aplica una “línea editorial progresista de izquierdas, con rigor y sin miedo a la hora de señalar la corrupción mediática”. Forma parte de un proyecto multimedia de Canal Red que impulsa Pablo Iglesias Turrión, politólogo fundador del partido Podemos, vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del gobierno de España entre 2020 y 2021.
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