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OPINIÓN: Namúrachi, la defensa del estado laico y el derecho a disfrutar la naturaleza

Se trata de una insólita maravilla natural sujeta a la agresión religiosa. Se ubica a 120 kilómetros al suroeste de la ciudad de Chihuahua. Es un portento de la naturaleza. Sus colosales formaciones rocosas que casi se cierran en el cielo, están sin duda entre las más bellas del mundo.


Víctor Orozco* / Edición de texto 4V



Imágenes del cañón en mxcity.com



Como el Puente del Inca en los Andes argentinos, el Valle de los Hongos en la sierra tarahumara (Madre Occidental), la Gran Piedra de Santiago, en Cuba, y cientos de hermosos lugares naturales más en todo el planeta, este cañón deja pasmados a quienes lo visitan.


Y el que pregunta cómo es que todos estos bellos sitios se originaron y conformaron, se debe atener a lo explican la geografía y la geología; pero también es válido darle vuelo a la imaginación poética.


Su magnificencia quizá también despierte reflexiones filosóficas o literarias. A lo mejor se exacerban los sentimientos y nos da por mandar mensajes amorosos. De la misma manera puede provocar un vehemente fervor religioso, producir "un profundo sobrecogimiento emocional" -como dice Andrés Gacitúa-, o la sensación de "una presencia divina". Nadie protestaría si los inspirados se sienten ahí a reflexionar, escribir o postrar para orar.


Lo inaceptable para el interés general y el respeto a la naturaleza entendida esta como un bien público, es que, al poeta, al filósofo, al literato o al enamorado se le ocurra plasmar sus ideas y cuitas en las paredes de las rocas. Menos aceptable es que los candidatos y partidos políticos manchen el paisaje con sus eslóganes propagandísticos.


Pero ¿los eclesiásticos y los fieles católicos sí tienen el derecho de imponer imágenes y construir altares y nichos de mampostería en estas maravillosas estructuras naturales?


Hago la pregunta porque al Cañón de Namúrachi estos personajes lo llenan cada vez más con imágenes de santos y crucifijos que simbolizan su fe. Para ello utilizan los recodos y concavidades más hermosas del cañón.


Es lamentable ver como en una galería que descuella entre todas las existentes en el sitio por su altura, sus colores, la disposición de sus muros y la manera como fragmenta los rayos solares, se le hizo, sobrepuesta, una horrible plataforma de piedra y cemento para colocar sobre ella y sus alrededores diversos objetos de carácter católico.


Y que conste que aprecio mucho la belleza del arte arquitectónico religioso, Siempre que puedo, en los lugares que visito, busco iglesias, retablos, capillas, torres, fachadas y estilos; pero semejantes objetos y obras de arte deben estar donde les corresponde: los edificios construidos ad hoc y no en escenarios naturales únicos o excepcionales, como lo es el Cañón de Namúrachi.


Los adoratorios y objetos erigidos en estos lugares trastornan, distorsionan el fascinante espectáculo que nos regala la naturaleza. Son intrusiones apenas menos burdas que embarrar un pegote de propaganda político electoral en una escultura del arte clásico. Además, impide al observador el goce estético del sitio en toda su plenitud.



Al fondo del hermoso cañón, natural la imposición del altar católico (Pinterest).



En otras latitudes este tipo de invasión no se permite. Como dice Graciela de la Rosa: "La iglesia de Nuevo México no levanta altares en la gruta de Carlsbad". Aquí, este grosero aprovechamiento del entorno físico muestra el dominio del dogma y la organización católica, así como la debilidad o complicidad del gobierno para impedirlo.


Entiendo bien que los exacerbados fervores religiosos nublan la inteligencia y conducen a pensar que dios puso ahí este "templo natural" para que el hombre, creado a su imagen y semejanza, lo use, cambie e incluso lo destruya si así le place.


La idea de este "homo ego", amo y señor de todo lo existente por designio divino, ha reinado por siglos y siglos. Y cada profeta, vicario, apóstol o mensajero de la divinidad la ha interpretado a su manera.


Su iglesia, culto, ritos y emblemas deben estar en todas partes, copar todas las creaciones humanas y naturales. Por eso el cañón de Namúrechi, que se asemeja a una gigantesca catedral con su nave central y sus capillas a los lados, es concebido como un "templo natural", a cuya entrada se colocó un letrero que da la bienvenida a los "peregrinos".


Así, el catolicismo, como "única religión verdadera" -concepto que casi todas las demás religiones pregonan-puede apropiarse del sitio impunemente.


La toma de posesión de una maravilla natural por una congregación religiosa no es ni inocente ni tiene su origen en "la religiosidad popular", como algunos argumentan. Constituye un ejercicio de poder por parte de la iglesia católica, pero sobre todo de quienes administran esta formidable institución confesional.


Por ello la imposición se establece en todos los ámbitos: ideológico, político, cultural y material. Entre más lejos llegue mayores son sus controles y exclusiones. Es el sino de las concepciones religiosas y de las iglesias, y cuando se asocian o se confunden con el poder político aplastan todas las libertades, empezando por las de pensar con libertad de albedrío.



Una imagen católica en el cañón de Namúrechi (La Opción de Chihuahua).



Cuando observo las acciones de los grupos de fanáticos iluminados o enfebrecidos, partidarios de echar abajo los signos de antiguas culturas como lo hacen los yidahistas de hoy, recuerdo que así fue el comportamiento de los adalides del cristianismo durante muchas centurias hasta que fueron obligados a retroceder, derrotados por las ideas de la Ilustración del siglo XVIII, llamado "de las luces", y luego por las armas y por la política.


Si ello no hubiera sucedido así, todavía padeceríamos al Tribunal de la Santa Inquisición, las matanzas de "infieles" y las hogueras donde se achicharraban a las "brujas" y a los herejes. Sufriríamos del Index, aquel catálogo de los jerarcas católicos que dictaba la lista de los "libros prohibidos".


Algún lector pensará que me ocupo de un asunto baladí. No es tal. Es un ejemplo tomado como sustento de reflexión sobre la disputa que tiene lugar en todas partes. aunque con diverso grado de intensidad o encono, entre las pretensiones de los dirigentes religiosos -sin importar su diferente denominación- para imponer sus reglas, leyes y conductas, y quienes defendemos un mundo pleno de libertades.


La necesidad de poner un coto a los fundamentalistas no se circunscribe a las corrientes más ortodoxas e insultantes del islamismo. También se aplica en las naciones occidentales en donde, desde hace tiempo, se consumó la separación de la iglesia y el estado creando la laicidad, la cual impide que la humanidad regrese al ominoso pretérito (pasado).


Y esto no es una broma de mal gusto. En los Estados Unidos hoy se escriben y difunden leyendas bíblicas en los libros de texto para la educación pública elemental, lo que sustituye a las teorías y hallazgos científicos.


Y en México, varios gobernadores, entre ellos los de Chihuahua, están en competencia para ver cuál de ellos lesiona con más fuerza al estado laico y, con ello, a las libertades y derechos humanos.


Igualmente, es frecuente que legisladores y otros servidores públicos olviden su condición de ser representantes del pueblo para privilegiar su religión y convertirse en feligreses.



Un segmento del cañón todavía a salvo del apropiamiento católico (El Heraldo de Chihuahua).



En esa tesitura, nunca será suficiente el tiempo que nos demos para reflexionar sobre estos temas y tratar de preservar, para las futuras generaciones, un espacio donde el pensamiento vuele libre, sin la traba de un tótem o un dogma.


Este espacio comprende asimismo el derecho a acceder y disfrutar a plenitud los bienes que generosamente nos regala la naturaleza.


No sea que a la vuelta de la esquina nos topemos no con "lunáticos" musulmanes del Medio Oriente, sino con obispos que, como sucede en España, parecen salidos del medioevo.

O con una red de organismos religiosos que meten su cuchara en todas las esferas de la vida pública y privada, haciéndolas aún más miserables.


Hasta aquí llega mi defensa del cañón de Namúrechi, una insólita maravilla natural que debe preservarse de agresiones religiosas, mercantiles o políticas, así como fortalecer su vocación de esparcimiento y goce para todos, sin distinciones.



* Víctor Orozco es un historiador chihuahuense ganador del premio Daniel Cosío Villegas 2015 a la trayectoria en investigación histórica sobre México Contemporáneo (1968-2000). Es doctor en Ciencia Política por la UNAM y profesor-investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt desde 1991. Conferencista, académico, forista y divulgador en México, América Latina y Europa. Destaca su trabajo sobre los pueblos apaches, la historia de Chihuahua y del norte de México. Es colaborador de 4V.


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