¿La revolución pasiva seduce a los jóvenes y los hace ultraderechistas?
- 4 Vientos
- 21 may
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En los paisajes políticos de la España contemporánea, como sucede en varias naciones del mundo, un fenómeno ha captado la atención de analistas y ciudadanos: el creciente apoyo juvenil a los partidos de ultraderecha, como Vox.
Víctor Hugo Pérez Gallo* / The Conversation** / Edición: 4 Vientos

¿Cómo explicar que un segmento significativo de la juventud, tradicionalmente asociada a posiciones progresistas, se sienta atraído por propuestas políticas conservadoras?
Este fenómeno es, al menos, curioso desde cualquier punto de vista y no es endémico de España.
Como decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista, “un fantasma recorre Europa”. Y este fantasma es el voto joven que favorece a los partidos más conservadores no solo europeos, sino del planeta entero.
La respuesta podría encontrarse no solo en el terreno político, sino también en claves psicosociales y en los mecanismos de transformación social identificados por pensadores como Erich Fromm y Antonio Gramsci.
Fromm, reconocido psicoanalista y filósofo social, planteó una teoría reveladora en “El miedo a la libertad”.
Según expone en esta obra, la libertad individual, cuando se experimenta sin estructuras de apoyo o un claro sentido de propósito, puede transformarse paradójicamente en una fuente de ansiedad:
“El hombre moderno, liberado de los lazos de la sociedad preindividualista […] no ha ganado la libertad en el sentido positivo de la realización de su ser individual”.
Los jóvenes españoles actuales, como los de otras naciones, han crecido en un contexto de crisis económicas recurrentes, precariedad laboral persistente, digitalización acelerada, cuestionamiento de valores tradicionales y complejos debates acerca de la identidad.

En este escenario, el atractivo mensaje identitario del programa político de Vox y otros partidos ultraderechistas del mundo puede verse como una especie de vía a la lucha contra “el sistema culpable”, una revolución contra el statu quo.
El legítimo descontento juvenil, fruto de la precariedad y la incertidumbre, se canaliza hacia una propuesta que, aunque parece abordar sus inquietudes, no transforma realmente las estructuras económicas y sociales que generan esa precariedad.
Esta perspectiva nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿podría ser que muchos jóvenes no estén simplemente abrazando una ideología, sino buscando alivio para una ansiedad existencial a través del voto?
Quizás, en lugar de una búsqueda de cambio profundo, el acto de votar se convierte en una forma de lidiar con la falta de dirección en sus vidas. Y esto nos lleva a la cuestión: ¿quién necesita un sentido de propósito cuando se puede navegar la vida con un buen meme y una cuenta de redes sociales?
En un mundo donde las interacciones digitales a menudo reemplazan el compromiso real, el voto puede parecer solo otro clic en la pantalla, una respuesta fácil a un dilema complejo.
Precisamente, Vox en España se ha dado cuenta del poder simbólico de un meme y de las redes sociales, usándolas eficazmente en su estrategia electoral. Estas plataformas digitales han sido el canal, la vía, la herramienta para instrumentalizar el agobio juvenil y convertir las emociones en capital político.
En lugar de ofrecer soluciones profundas a los problemas que enfrentan los jóvenes, la ultraderecha se enfoca en captar su atención a través de imágenes llamativas y mensajes simplistas que resuenan con su ansiedad, transformando el desasosiego en apoyo electoral.
El concepto de revolución pasiva desarrollado por el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci ofrece una lectura complementaria y enriquecedora a este fenómeno.
Para Gramsci, la revolución pasiva constituye un proceso de transformación social donde las clases dominantes incorporan elementos de demandas populares para neutralizar su potencial revolucionario, realizando cambios que preservan los fundamentos del orden existente.
Por poner un ejemplo, sería como si las élites de derechas preguntaran a los jóvenes si quieren una revolución y ante una respuesta afirmativa continuaran:
“Pues tomemos un par de ideas de la calle, saquemos un par de fotos en Instagram y llamémoslo ‘progreso’”.
En este juego de malabares, las demandas populares se convierten en meros adornos.
Llevados por el discurso de Vox y otras organizaciones políticas de extrema derecha, muchos jóvenes se consideran “revolucionarios” por luchar contra la política institucionalizada del gobierno de izquierdas, creyendo que están desafiando el orden vigente.
Sin embargo, al hacerlo puede que se estén convirtiendo en “revolucionarios pasivos” de derechas, tal y como sostenía Antonio Gramsci.
En lugar de buscar cambios verdaderamente transformadores, su lucha se traduce en un apoyo a una narrativa que los mantiene dentro del mismo sistema que critican. Lejos de cuestionarlo, ahora lo apuntalan con fervor, convencidos de estar llevándole la contraria a algo o a alguien, aunque no sepan bien a qué.
Todo este este fenómeno encaja con la teoría de Gramsci y pone de manifiesto que el descontento juvenil es absorbido por la derecha, canalizado en una rebelión que simula transformación pero que, en el fondo, consolida las estructuras existentes y frena cualquier ruptura profunda.
* Víctor Hugo Pérez Gallo es profesor adjunto en la Universidad de Zaragoza, España, y en la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Es doctor en Ciencias Sociológicas, narrador, ensayista y maestro de Escritura Creativa en la Universidad Nacional española de Educación a Distancia (UNED).
** The Conversation es una colaboración sin fines de lucro y única entre académicos y periodistas que, en una década, se ha convertido en la principal editorial mundial de noticias y análisis basados en la investigación. Fue fundada por Andrew Jaspan en Melbourne, Australia, en marzo de 2011. Actualmente tiene representación en Reino Unido (2013), Estados Unidos (2014), Sudáfrica y Francia (2015), Canadá, Indonesia y Nueva Zelanda (2017), España (2018) y Brasil (2023).
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