Mi viejo siempre fue un hombre duro, intransigente, honesto. En sus manos y en su rostro, los callos y sus arrugas expresaban la rudeza de su trabajo, de sus tiempos y de sus hambres.
Jesús Sosa Castro* / Edición: 4 Vientos
"Gente de mano caliente por eso de la amistad. Con uno lloro, pa' llorarlo con un rezo pa' rezar. Con un horizonte abierto que siempre está más allá. Y esa fuerza pa' buscarlo con tesón y voluntad": Atahualpa Yupanqui (Imagen: Diario La República).
Era un hombre estoico, firme, dispuesto siempre a enfrentarse a cualquier circunstancia, a las dificultades de la vida. Su inteligencia natural dejaba atrás su analfabetismo educativo: apenas sabía leer y escribir.
Por las noches, tirados en un petate de palma con sus hijos amontonados, sin más nada que la oscuridad y las estrellas, solía contarnos cosas que nos llenaban de emociones y asombro.
Nos hablaba de las cabañuelas, de las estaciones del año, del papel que jugaba la primavera, del comienzo de las siembras y del levantamiento de las cosechas
Tenía una cultura y una gran capacidad para discernir sobre cosas impensables. Parecía que sus enseñanzas nos las quería meter por los ojos, por los oídos.
Con el tiempo, yo, el más viejo de los trece hermanos, hice de sus palabras, de sus pensamientos, un encadenamiento de recuerdos que fui desentrañando al paso de los años.
Mi padre sembró en mí algo profundo que, a pesar de habernos dejado desde hace mucho tiempo, recurrentemente se mete en mis sentidos por razones y causas que aún desconozco.
Hace dos noches tuve el sueño de que él llegaba a mi casa acompañado de varias familias llenas de hijos. Lo recibimos tal y como corresponde a la formación cultural y al apoyo mutuo que él nos enseñó, pero al paso de los días y las semanas no había explicación alguna del por qué estaban ocupando nuestros espacios un montón de personas que nos eran desconocidas.
Los gorrones (Imagen: Algarabía Digital).
Total, estas personas ya llevaban varios días en mi casa y no veía nada que indicara que pronto se irían.
Fue entonces que me atreví a preguntar a mi padre cuáles eran las razones o las causas de la presencia de esa multitud que empezaba a generarnos problemas.
Me miró como apenado. Acercándose a mí, y casi en secreto, habló:
“A todas estas personas les debo mucho. Los he traído a tu casa para que tú me ayudes a pagar esas deudas”.
De inmediato empecé a sudar y casi me caigo de la cama
.
- Papá, le contesté entonces, ¿cuánto le debes a estas familias?
“¡Mucho!”, me respondió.
Me empecé a reír porque mi padre nunca tuvo deudas.
En este punto mi excitación se desbordó. Me desperté sudoroso, intranquilo y preocupado (Imagen iStock).
No obstante, yo pensé que si se trataba de dinero requería saber cuánto se le adeudaba a cada uno para irlo deduciendo de su alimentación y el hospedaje que estaba corriendo a mi cargo; y el resto, darlo a mi padre para que él pudiera pagar lo que llamaba sus deudas.
En este punto mi excitación se desbordó. Me desperté sudoroso, intranquilo y preocupado. Sin embargo, en segundos me serené. Me senté a la orilla de mi cama, me toqué las rodillas, el cuerpo y sí, ¡era yo!
Ya plenamente despierto me di cuenta de que todo había sido un terrible sueño. La pesadilla había pasado.
Lo que aún no me explico es el porqué de estos sueños recurrentes con mi padre muerto.
¿Qué es lo que pasa? ¡No lo sé! Pero si lo averiguo sin duda se los contaré.
* Jesús Sosa Castro es activista social en la Ciudad de México. Articulista y colaborador en diversos medios impresos y digitales. Fue miembro del Partido Comunista Mexicano y de todas las organizaciones político-electorales que de él se desprendieron.
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