¿Utiliza su propio criterio para formar sus opiniones? ¿Considera que su juicio es suficientemente independiente, o se siente condicionado por lo que piensan otros? ¿Suscribe de forma automática lo que lee o lo que oye, simplemente por afinidad ideológica? ¿Piensa que tiene capacidad crítica para evaluar con suficiente objetividad las propuestas que le formulan? ¿Sabe cuáles son sus principales sesgos cognitivos?
Santiago Iñiguez de Onzoño* / Edición 4 Vientos
Para ser moral se requiere de ser libre, en un sentido que Kant relaciona con la posibilidad de trascender los propios deseos e imperativos para lograr trascender (Imagen en Wikipedia).
Estas preguntas han sido materia de reflexión para muchos filósofos, también para Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes de la modernidad, cuyo tercer centenario se conmemora ahora.
Algunas ideas de Kant forman parte del acervo moral universal y las aceptamos como parte de nuestro ideario o quehacer habitual. Por ejemplo, la regla de oro de que no se debe considerar a las personas como medios, sino como fines en sí mismos.
O el planteamiento del imperativo categórico, que establece que la mejor forma de decidir cómo actuar ante dilemas morales serios es pensar en la norma que regiría para cualquier persona en esa misma situación, convirtiendo nuestro comportamiento en pauta universal.
Como se trata de un ejercicio argumentativo, se podría explicar que la moralidad de nuestras decisiones depende de cómo podamos justificarlas, privada o públicamente ya que nuestra misión es compartir el conocimiento y enriquecer el debate.
Kant, profesor universitario admirado por sus alumnos y colegas, publicó sus principales obras a una edad tardía, especialmente para su época. Por ejemplo, Crítica de la razón pura a los 57 años, lo cual es un consuelo para los que confiamos en realizar nuestras contribuciones intelectuales en la senectud.
Una de las obras de Kant especialmente relevante en nuestros días es ¿Qué es la Ilustración?, publicado en 1780, pocos años antes de la Revolución Francesa. Entonces el monarca de Prusia, patria de Kant, era Federico el Grande, modelo del despotismo ilustrado que proponía: “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
Frente al paternalismo inherente al despotismo, Kant explica que la Ilustración consiste, precisamente, en que los ciudadanos protagonicen la política, que salgan de su estado de inmadurez autoimpuesta, entendiendo por inmadurez “la falta de habilidad para seguir el razonamiento propio, sin guía de otras personas”.
Cuando obramos de una determinada manera solamente porque tememos un castigo y no por el propio convencimiento, actuamos conforme a lo que Kant denomina imperativo hipotético. Es decir, un imperativo según el cual calculamos hipotéticamente el coste material de nuestras acciones y no actuamos de forma consecuente y buscando el bien, sino el propio beneficio (Imagen en filco.es).
Para Kant, las causas de esta incapacidad para razonar sin necesidad de recurrir a otros derivan de la falta de voluntad, determinación y coraje.
Por eso, conmina a sus lectores a pensar y razonar de forma autónoma, a salir de la pereza mental, la apatía y la desidia que hacen suscribir los argumentos ajenos sin analizarlos, para construir una forma de pensar propia y articular personalmente los principios por los que regirse.
Kant explica que es muy cómodo ser inmaduro y actuar al dictado de los guardianes; en su época, los reyes, los religiosos, la policía y, en general, los superiores.
La “obediencia debida” se ha utilizado con frecuencia como justificación para cumplir mandatos injustos. Por ejemplo, durante el régimen nazi, muchos oficiales se escudaron en el deber de acatar las órdenes de sus jefes para implementar el Holocausto.
En el entorno profesional también se aceptan con frecuencia decisiones de forma automática, sin aplicar el necesario juicio crítico acerca de su conveniencia, oportunidad o ajuste a las normas.
Estoy convencido de que una de las principales razones de la crisis financiera de 2009 fue la falta de actitud crítica de muchos ejecutivos ante las valoraciones y decisiones equivocadas de sus directores, porque no evaluaron que sólo mediante la práctica sistemática del juicio crítico, la discusión abierta de las propuestas y el debate de opiniones contrapuestas, se puede generar una cultura de reflexión crítica que facilite la verdadera innovación.
Para mantener el equilibrio entre el sentido crítico y la obediencia debida, Kant explica que, si bien todos tenemos una obligación aparente de cumplir con las normas, en la medida en que ejercitemos el razonamiento individual podremos cuestionar esas órdenes.
El planteamiento está relacionado con la autonomía moral de las personas, uno de los pilares de la filosofía kantiana: la idea de que cualquiera, como agente moral, se dota libremente de sus propias normas de actuación. Por lo tanto, cuando tomamos decisiones en situaciones complejas, nos servimos de argumentos razonables para justificarlas.
Este proceso implica la capacidad y responsabilidad de las personas para tomar decisiones éticas de forma autónoma, sin verse forzados por presiones externas, y la posibilidad de que la justificación de nuestras acciones pueda elevarse a criterio universal de comportamiento.
Otra de las amenazas actuales contra la genuina Ilustración es la abundancia de noticias falsas y la utilización de opiniones sesgadas en las redes sociales, especialmente ante la proximidad de procesos electorales en las democracias occidentales.
La falta de controles sobre el origen y autoría de múltiples publicaciones, la profusión de imágenes manipuladas, pero, sobre todo, la falta de sentido crítico de muchos usuarios, o quizás el vicio de confirmar los propios sesgos, han convertido a muchas plataformas en foros públicos para la promoción del populismo, el neoliberalismo irresponsable, el ultraliberalismo y el enfrentamiento social.
Al final de su ensayo, Kant respondía a la pregunta que le daba título explicando que vivía en la edad de la Ilustración pero que su época no era ilustrada.
Por ello, conminaba a sus coetáneos con una máxima que también hoy tiene sentido. Ahora que la inteligencia artificial da acceso a un caudal infinito de información y las redes sociales exponen excesivas opiniones, muchas de ellas sesgadas: ¡Sapere aude!
¡Atrévase a pensar! A conocer las cosas en profundidad y a ejercitar el espíritu crítico.
*Santiago Iñiguez de Onzoño es presidente de IE University, profesor de Dirección Estratégica y vicepresidente de Headspring, una empresa propiedad del Financial Times y la IE Business School, en donde es decano en la educación empresarial.
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