Cualquiera que haya vivido la pandemia del coronavirus probablemente entendería que incluso un pequeño periodo de aislamiento puede causar estrés físico y mental.
Carol Maher* y Johanna Badcock** / The Conversation / Edición: 4 Vientos
Julián Assange, de 47 años, fue arrestado por la policía en la embajada ecuatoriana en Londres, donde había sido refugiado desde 2012. La violenta detención se produjo después de que el entonces presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, suspendiera el asilo de Assange y después de que las autoridades estadounidenses emitieran una solicitud de extradición en su contra (Imagen: Agencia AFP).
El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien regresó a Australia tras llegar a un acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, sufrió diversos problemas mentales y físicos durante los casi quince años que permaneció aislado.
Assange fue detenido por primera vez en Reino Unido en 2010 después de que las autoridades suecas dijeran que querían interrogarlo por acusaciones de delitos sexuales.
Tras agotar las vías legales para detener una extradición a Suecia, en junio de 2012 entró en la embajada de Ecuador en Londres, donde permaneció siete años.
A principios de 2019, fue encarcelado por saltarse la fianza y recluido en la prisión londinense de Belmarsh, donde pasó la mayor parte de los cinco años siguientes luchando contra la extradición a Estados Unidos.
Ahora, vuelve a casa.
Aunque no tenemos ni idea de cómo está sobrellevando Assange el haber estado encerrado durante tanto tiempo con pocas visitas, sí sabemos que el aislamiento puede tener un grave impacto negativo en muchas personas.
La mañana del 24 de junio Julián Assange salió de la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, en Londres, subió a un avión y llegó a la isla Saipan para una audiencia donde se declaró culpable de un cargo de conspiración para obtener y revelar documentos clasificados de la defensa nacional estadounidense. Después de un rato, la jueza aprobó el acuerdo con el gobierno de Estados Unidos y quedó libre. Ahora sí, libre, sin supervisión (Foto: Getty Images).
La actividad física es vital para la salud en general. Mantiene fuerte el corazón, ayuda a controlar el peso y fortalece los músculos y los huesos.
El ejercicio regular también mejora el estado de ánimo, reduce los síntomas de depresión y ansiedad y agudiza la mente. Además, refuerza el sistema inmunitario, haciéndolo más resistente a infecciones y enfermedades.
Cuando no nos movemos lo suficiente, sobre todo si estamos aislados, la salud puede resentirse: los músculos se debilitan y las articulaciones se agarrotan, con lo que perdemos fuerza y flexibilidad.
La salud cardiaca también se resiente, aumentando el riesgo de hipertensión, infartos y derrames cerebrales porque el corazón no recibe el entrenamiento que necesita.
Además, problemas metabólicos como la obesidad y la diabetes de tipo 2 son más frecuentes con la inactividad, sobre todo si no tenemos acceso a alimentos sanos.
El aislamiento a menudo implica menos aire fresco y luz solar, ambos cruciales para una buena salud. Una mala ventilación puede provocar problemas respiratorios. La falta de luz solar puede causar carencia de vitamina D, debilitando los huesos y el sistema inmunitario y aumentando el riesgo de fracturas.
Estos efectos encajan con los informes de que Assange sufrió una miniapoplejía en 2021 y una costilla rota por ataques de tos persistentes mientras estaba aislado.
Y la sentencia de la humanidad al gobierno de Estados Unidos es: ¡Culpable contumaz de violar los derechos humanos a la libre expresión, a la libertad de información y de prensa! (Imagen: Spreadshirtmedia.com).
Por otra parte, la desconexión social adopta dos formas principales, ambas con graves consecuencias para nuestra salud mental.
La primera es el aislamiento social. Las razones para estar aislado son muchas y variadas, como la distancia geográfica, la falta de acceso al transporte o el encarcelamiento, pero el resultado final es el mismo: se tienen pocas relaciones, roles sociales o pertenencia a grupos, y la interacción social es limitada.
La segunda forma de desconexión social es más invisible pero igual de perjudicial.
La soledad es esa sensación subjetiva y desagradable de querer tener relaciones satisfactorias con los demás, pero carecer de ellas.
Se puede estar aislado y no sentirse solo, pero ambas cosas son a menudo indeseables. La conexión social no es un lujo; es una necesidad fundamental, tan esencial para nuestra salud como la comida y el agua.
Al igual que el hambre nos recuerda que debemos comer, la soledad actúa como una señal que nos alerta de que nuestras relaciones sociales son débiles y deben mejorar si queremos mantenernos sanos.
La ciencia en torno a los efectos sobre la salud de la desconexión social es clara, especialmente cuando dura mucho.
La presión civil mundial nunca cesó hasta alcanzar la libertad de Assange (Imagen: CTV News).
Tanto es así, que la Organización Mundial de la Salud lanzó recientemente una Comisión sobre Conexión Social para aumentar la concienciación sobre el impacto del aislamiento social y la soledad en la salud y lograr que se reconozca como una prioridad sanitaria mundial.
Numerosas pruebas demuestran que el aislamiento social y la soledad están relacionados con un peor funcionamiento cognitivo y un mayor riesgo de demencia, aunque posiblemente de diferentes maneras.
Entre los adultos mayores de 50 años, la soledad crónica (es decir, persistente y grave) y el aislamiento social pueden aumentar el riesgo de demencia en alrededor del 50 %.
La falta de estimulación cognitiva que se produce de forma natural al interactuar con otras personas, ya sean viejos amigos o desconocidos, podría explicar el vínculo entre el aislamiento social y las dificultades cognitivas (piense en “úselo o piérdalo”).
Por otra parte, la soledad puede repercutir en la salud cognitiva a través de sus efectos sobre el bienestar emocional. Es un conocido factor de riesgo para desarrollar depresión, ansiedad y suicidio.
Por ejemplo, los estudios demuestran que las probabilidades de desarrollar depresión son más del doble en los adultos que se sienten solas a menudo, en comparación con los que rara vez o nunca experimentan esa sensación.
Otra investigación que examinó a 500 000 adultos de mediana edad durante nueve años demostró que vivir solo duplicaba el riesgo de muerte por suicidio en los hombres, mientras que la soledad aumentaba las probabilidades de hospitalización por autolesión tanto en hombres como en mujeres.
A rehacer tiempo, cuerpo y mente para retomar la lucha (Imagen: Agencia AFP).
¿Y después de la puesta en libertad? Cuando una persona abandona el aislamiento de larga duración, se enfrenta a muchos retos al reincorporarse a la sociedad.
El mundo habrá cambiado. Hay muchas cosas con las que ponerse al día, desde los avances tecnológicos hasta los cambios en las normas sociales.
Además de estos cambios más generales, hay que centrarse en recuperar el buen estado físico y mental.
Los problemas de salud que se desarrollaron durante el aislamiento pueden persistir o empeorar. Un sistema inmunitario debilitado podría tener dificultades con las nuevas infecciones en un mundo post-covid.
Para superar esta transición, es importante establecer una rutina que incluya ejercicio regular, comidas nutritivas y atención médica y psicológica completa.
Aumentar gradualmente las interacciones sociales también puede ayudar a reconstruir las relaciones y los vínculos con otras personas.
Estos pasos ayudan a restablecer la salud y el bienestar generales en un mundo cambiado.
* Carol Maher es profesora del programa “Líder Emergente” del Fondo para el Futuro de la Investigación Médica, de la Universidad de Australia del Sur. ** Johanna Badcock es profesora adjunta en la Facultad de Ciencias Psicológicas y consultora de investigación independiente en la Universidad de Australia Occidental.
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